Pedro Antonio López Bellon

El gran desfile de King Vidor, es otro ejemplo válido de la perfección narrativa y el dominio del lenguaje fílmico que se había alcanzado en un arte nuevo que apenas contaba con tres décadas de existencia.

 

 

La confirmación del regocijo y el placer que supone para cualquier amante del séptimo arte ir descubriendo estas joyas del cine silente a las que, quizás, no prestamos la atención debida, ni considero que tuviese suficiente repercusión.

 

En el momento del estreno comercial de El gran desfile de King Vidor, estaba cercana en el tiempo la llegada de una nueva revolución técnica, la irrupción del sonido al cine. Un avance que cambiaría drásticamente tanto la industria como el lenguaje cinematográfico. Y que daría un nuevo impulso a este arte que, como acabo de decir, a pesar de su juventud, estaba ya en posesión de una madurez creativa y un esplendor artístico fuera de toda duda. Y para ilustrar esta afirmación, nada mejor que echar un vistazo a algunas de las producciones del año 1925:

 

SIETE OCASIONES (SEVEN CHANCES, BUSTER KEATON)

EL ACORAZADO POTEMKIN (BRONENOSEZ POTYOMKIN, GRIGORI ALEKSANDROV Y SERGEI EISENSTEIN)

LA QUIMERA DEL ORO (THE GOLD RUSH, CHARLES CHAPLIN)

EL FANTASMA DE LA OPERA (THE PHANTOM OF THE OPERA, RUPERT JULIAN Y LON CHANEY)

BEN HUR (BEN-HUR: A TALE OF THE CHRIST, FRED NIBLO)

EL JARDIN DE LA ALEGRIA (THE PLEASURE GARDEN, ALFRED HITCHCOCK)

EL MUNDO PERDIDO (THE LOST WORLD, HARRY HOYT)

 

Producida por el inteligente y visionario Irving Thalberg, El gran desfile narra las vivencias de tres jóvenes estadounidenses que se alistan como soldados para participar en la Primera Guerra Mundial. John Gilbert interpreta el papel protagonista dando vida a Jim, perteneciente a una familia acaudalada. Jim lleva una vida sin preocupaciones. Sin trabajar y dedicado a disfrutar de la vida, su participación en la contienda supondrá una transformación personal y la adquisición de una madurez que sirven muy bien al relato como ejemplo ilustrativo de las consecuencias y el terrible dolor ocasionados por las guerras.

 

 

 

 

La película fue reeditada en 1931 con una banda sonora compuesta por la partitura de William Axt.

 

 

Porque, no hay que engañarse, a pesar de los elementos patrióticos y “moralistas” que en su momento se incluyeron en la película, casi con toda seguridad pensando en los resultados de taquilla, nos encontramos ante una obra que denuncia la crueldad, la barbarie y el sin sentido de los enfrentamientos bélicos. Hay un momento en la narración de El gran desfile donde Jim, en medio del fragor de la lucha y del horror del combate, prácticamente cuerpo a cuerpo, y con su amigo Slim recién caído en el campo de batalla, se expresa de este modo:

 

– ¡Órdenes, órdenes ! ¿Quién demonios combate en esta guerra? ¿Los hombres o las órdenes?

¡Barro, sangre, cadáveres malolientes! ¿Para qué diablos sirve la guerra? Gritos de júbilo al marcharse y al regresar ¿Y a quién le importa?

 

La carga crítica, el miedo ante la inminente batalla, las consecuencias calamitosas de la contienda, el temor a matar o a morir y tantos otros sentimientos se muestran con óptimos resultados, a pesar de ser contados con una enorme contención en la pantalla. Pero en mi opinión, lo que verdaderamente funciona en esta película es la historia de amor.

 

 

 

El gran desfile ganó la Medalla de la revista Photoplay a la mejor película del año en 1925. La medalla se considera el primer premio cinematográfico anual significativo, antes del establecimiento de los Oscar.

 

 

 

El Gran Desfile. 7&9
El Gran Desfile.

 

 

Jim, en su paso por la guerra, conoce a Melisande (extraordinaria Renée Adorée), una francesa de la que se enamora pasionalmente. Todo el fragmento donde se nos cuenta sus diversos encuentros y el cortejo amoroso por parte de Jim es realmente sensacional. King Vidor, a través de planos medios y planos generales, y con un exquisito sentido de la naturalidad, nos narra ésta relación a través de un tono convincente y muy romántico, donde por momentos los protagonistas parece que están improvisando ante la cámara: tal es el grado de espontaneidad y frescura que se desprende de la excelente química entre John Gilbert y Renée Adorée.

 

 

De ello se sirvió King Vidor para ofrecernos una serie de planos mucho más largos de lo habitual en el cine mudo. Planos que funcionan estupendamente en mi opinión, como aquel donde los dos protagonistas demuestran su talento y su eficacia interpretativa únicamente con la ayuda de un chicle y un diccionario…

 

 

 

Esta técnica basada en largos planos es simplemente el anticipo de la narrativa que se impondrá con la revolucionaria llegada del cine sonoro.

 

 

 

El relato, a pesar de las circunstancias trágicas que narra, desprende un halo de positivismo, resaltando la transformación integral sufrida por Jim como consecuencia de los hechos vividos. Y que lo conducen a la fortaleza moral y física, además de a su encuentro con el amor verdadero. A pesar de contener algún elemento melodramático, la historia es conducida sabiamente a través del terreno de la emoción. En otro momento, reflexionando sobre Amanecer (Sunrise, 1927) de F.W. Murnau, destacaba la inteligencia, el conocimiento y buen saber hacer de los pioneros a la hora de contarnos sus historias. En El gran desfile, nos encontramos ante la misma tesitura. King Vidor fue otra de esas personalidades que conocían como nadie los entresijos del cine, y la película resulta una obra maestra de la emoción que logra convencer al espectador de que, lo que está viendo en la pantalla, es tan real como la vida misma.

 

 

En el momento de filmar El gran desfile, Vidor acumulaba una larga trayectoria profesional en el mundo del cine: acomodador y proyeccionista en una sala de cine, conserje en los estudios Universal, guionista, director… Un hombre hecho a sí mismo y conocedor de todos los secretos y entresijos de la producción cinematográfica.

 

 

El gran desfile sostiene casi cien años de historia.

 

 

 

El gran desfile resultó la película más importante de Vidor hasta la fecha y supuso el mayor éxito de taquilla del año.

 

 

 

Y en toda esta etapa del cine silente se encuentra la esencia de tantas y tantas películas maravillosas que se fueron sucediendo con posterioridad, desde el momento de la llegada del sonido y a medida que el cine se iba haciendo mayor. Contemplar todas estas películas supone, además de un gran disfrute, conocer en profundidad y entrar en complicidad con los secretos del séptimo arte, a pesar de que no lleguemos a entenderlos del todo.

 

 

El gran desfile supone, en definitiva, uno de los títulos claves del período mudo y una de las grandes películas de la historia del cine. Un título entrañable cargado de fascinación, encanto, y de la magia primitiva e incipiente de cualquier manifestación artística. Magia que, irremediablemente, va desapareciendo con el paso del tiempo

 

 

 


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Autor Colaborador

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