Pedro Antonio López Bellon

Los espías (Spione, 1928), es una evidencia más de que Fritz Lang, además de un cineasta extraordinario, era un talento absolutamente adelantado a su tiempo.

 

Rodada a continuación de esa otra obra magna e inolvidable que es Metrópolis, nos sumerge en un mundo de traiciones, dobles personalidades, secuestros, persecuciones, cambios de identidad, romances, violencia, chantajes, engaños… Ambos títulos comparten su admirable condición de ser una fuente inagotable de influencia e inspiración para el cine que hubo de venir, no ya en los siguientes años, sino en las siguientes décadas.

Los espías tiene un comienzo frenético.

Un prodigio de ritmo narrativo que, a los cinco minutos, consigue que el espectador este perfectamente ubicado dentro de la historia que se nos está narrando, y, además, con una gran disposición y un elevado grado de interés hacia las maravillosas imágenes que se nos están mostrando en pantalla.

 

Reseña 7&9 Espias.

La fotografía expresionista, vuelve a ser un recurrente, afortunadamente, de Fritz Lang en esta película, en la que Willy Fritsch, dando vida al agente 326 y Gerda Maurus, en una “suerte” de primitiva femme fatale (este término aún no había empezado a utilizarse en el cine, pero ya en 1895 aparecía en un diccionario inglés bajo la acepción de mujer atractiva y peligrosa), protagonizan esta historia en la que, y creo que no exagero, se encuentra gran parte de identidad del cine de Alfred Hitchcock y del agente 007. Y también podríamos decir, que encontramos en esta obra colosal, el argumentario de este subgénero del cine de espías.

 

Fritz Lang logró todo un ejercicio de técnica y saber hacer.

Después del mencionado comienzo lleno de ritmo y acción, va tomando protagonismo la inevitable historia de amor entre los protagonistas, el masculino del «bando del bien» y el femenino del «bando de los malvados«, en lo que viene a ser una previsible subtrama de la historia, contada con tanto encanto, a través de planos de tanta belleza, que se sigue sin ningún tipo de reparo.

Al mismo tiempo, el elemento principal de la película, el espionaje, sigue su curso, a través de una serie de elementos que van a quedar instalados definitivamente como clichés con el paso de los años pero que, en la obra de Fritz Lang se muestran absolutamente novedosos, sorpresivos y causan ciertamente asombro. Tintas invisibles, diminutas (para la época) cámaras fotográficas, sistemas de comunicación tecnológicos que en el momento de su estreno eran pura ciencia ficción pero que, vistos hoy, se descubren absolutamente premonitorios

 

Y así llegamos a un tercio final de la película, absolutamente fascinante.

Un prodigio de entretenimiento, habilidad narrativa y sentido del ritmo y del espectáculo, donde queda patente, más que en ningún otro momento de la película, hasta qué punto Alfred Hitchcock, el mago del suspense, es deudor absolutamente del cine de Lang.

 

 

Como se pone de manifiesto igualmente que, este «tuerto» (con todos mis respetos), poseía al mismo tiempo un ojo clínico a la hora de colocar la cámara para transmitirnos, de la mejor manera posible, lo que nos quería contar. Y aquí llega mi mayor asombro a la hora de ver esta película: a pesar de ser una película de espías, que llevan inherentes elementos como la confusión, la duda o las ambigüedades, Los espías tiene una claridad narrativa encomiable. Pasmosa. El espectador está situado en todo momento dentro de los entresijos de la historia sin perderse en ningún momento. Y todo ello, solamente a través de las imágenes y algún que otro intertítulo.

 

Las comparaciones son odiosas, pero cuantas películas de espías he visto pertenecientes al cine sonoro, en las que no me he enterado de casi nada de lo que estaba pasando… Esto nos lleva a otra virtud enorme de Los espías: podemos centrar nuestra atención en disfrutar y apreciar las bellísimas secuencias de Los espías, que se van encadenando hasta formar uno (otro mas) de los momentos imprescindibles del cine silente.

Los espías es una obra tan actual, tan «fresca», ha envejecido tan bien, que, salvo algunas escenas histriónicas de algún personaje, propias del lenguaje fílmico del cine mudo, podría haber sido rodada el año pasado, como quien dice.

 

Creo que sería muy aburrido nombrar aquí un sin fin de escenas maravillosas que contiene esta película, así que simplemente os recomiendo, si aún no la conocéis, no os perdáis esta delicia del séptimo arte, que se ha convertido, desde su descubrimiento, en una de mis preferidas del cine mudo.

 

 

Me parece una obra perfecta para vencer los (perfectamente entendibles) prejuicios y reparos que suelen estar presentes a la hora de ver, por primera vez, una película muda. Al fin y al cabo, hablamos de un “lenguaje” cinematográfico distinto a la narrativa audiovisual a la que estamos acostumbrados en nuestros días, pero que encierra un encanto sorprendente y una sensibilidad artística y emocional maravillosa si logramos conectar con él.

 

Autor Colaborador

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