Josep Ferran Valls

Pieza maestra del guionista y realizador Federico Fellini, Fellini, ocho & medio suele formar parte de las listas que conforman las mejores películas del cine en su historia.

 

7&9

  • Fellini, Ocho & Medio. Italia, 1962. Con Marcello Mastroiani, Claudia Cardinale, Anouk Aimée, Sandra Milo, Mario Pisu, Barbara Steele…

 

Tras La dolce vita (ver), que ya supuso un viraje hacia lo abstracto en su exploración de una mente dividida, y el divertimento de Las tentaciones del Profesor Antonio, episodio para Boccaccio ’70, el creador de formas Fellini lleva la busqueda de la esencia cinematográfica hasta las últimas consecuencias en su película número ocho y media, opus donde (con)funde con maestría la introspección psicológica, el onirismo, los (no)recuerdos reelaborados y/o fantaseados y el interrogante, sin fácil respuesta, sobre sí mismo como autor fílmico. Todo ello escrito junto a Flaiano, Pinelli y Rondi, realzado por el blanco y negro de Gianni De Venanzocuyo eco advertimos en el vestuario de Piero Gherardi– y por los decorados de Vito Alzanole, que alientan el carácter fantasmagórico del filme musicado por Nino Rota.

 

Fellini, ocho y medio comparte protagonista con La dolce vita. El autor de La Strada recurre a Marcello Mastroiani como alterego suyo; lo hace de manera tanto confesional, profunda, como serena.
Mastroani es Guido Anselmi, director de cine que trata de vencer su crisis creativa interrogándose sobre sí mismo; al igual que Fellini, Anselmi es un ser instalado en la duda, en la autoreflexión, pero pletórico de ideas que provienen de sus íntimos sentimientos, anhelos, necesidades. Así deberá afrontar su carrera, condicionado igualmente por un entorno que, como la propia conciencia, será finalmente aceptado.

Fellini, ocho y medio indaga acerca de la necesidad de vivir creando o de crear para seguir viviendo.

También Anouk Aimée acude de nuevo a la cita felliniana, ahora como Luisa, esposa de Anselmi. En lo afectivo, Guido se debate entre ella, la estabilidad, y su amante, la superficial Carla (Milo), también casada. Carla representa la lujuria. Guido escenifica como un film los encuentros sexuales entre ambos. La doble relación, marcada por la ambivalencia, por convenciones asumidas, por cierta reserva, es llevada con naturalidad, pero no sin consecuencias; el conflicto permanente forma parte de la personalidad de Anselmi. Mas las mayores presiones a las que se ve sometido Guido provienen de las inquisitivas crítica y producción.
En la primera secuencia, una estilizada, silenciosa pesadilla pasa del atasco en un tunel al vuelo hacia la playa y, en ambos escenarios, destaca por su ahogamiento opresivo. Se oculta el rostro de Guido, que al despertar en el balneario donde convalece -castigado por el surrealista reconocimiento médico durante el cual le recetan curas con agua bendita- queda revelado. Esos instantes donde la duda aflora sirven bien a la idea de identificación realizador/intérprete=Fellini/Mastroani.
Fellini, ocho y medio
Fellini, ocho y medio
El paseo por el patio con chopos del hotel balneario bajo los acordes de La cabalgada de las Valkirias (momento de intensidad asombrosa) posee el mismo aire irreal que caracteriza el resto de la película pero además, provoca una terrible extrañeza. Guido se mueve con parsimonia entre aquellos residentes cuyas miradas son poco tranquilizadoras; la visión grácil, hermosa, vitalista de Claudia (Cardinale) entre los chopos, deslizándose vaporosa hacia él parece sosegarle. Pero sólo es una ilusión. El entorno de pálidas paredes agrietadas, sonámbulos que visten en blanco y negro o la falsa tranquilidad no favorecen la mejora de Guido. El encuentro con su amigo, el acomodado Mezzabota (Pisu), aporta otro matiz significativo a la secuencia pues su joven amante londinense Gloria Morin, estudiante de filosofía, actriz en ciernes, interpretada por Barbara Steele (la diva del cine de terror gótico italiano), sonríe con ligereza mas su expresión, enmarcada por vertiginosas cejas, resulta desasosegante.
Otra pesadilla sitúa a Guido en el cementerio donde descansa el padre (Annibale Ninchi; adoptando el mismo papel de La dolce vita). Su progenitor le reprocha que no escogiese mejor sepultura, con techo más alto. «Es feo, hijo, es feo…» La madre, con fatiga, riega las flores. El productor les visita y evalúa a su empleado con un mohin de disgusto. La inquietud visita el relato con estos sueños.
En el gran hall del hotel balneario, el trasiego que provocan los profesionales del equipo y los residentes es constante. La noche suaviza la atmósfera; prolonga la sensación de coralidad. Mezzabota baila twist con la inquietante Morin de pelo revuelto en el patio… «Silence… Escuchen el murmullo de la fuente. Acqua felice, la llamaban los latinos«. Un número de mentalismo anima la velada pero perturba a la Morin. «Asa misi masa», piensa Guido. La frase mágica le transporta a la maternal infancia. La actriz francesa (Madeleine Lebeau) demanda el afecto de su director. El equipo no resuelve las dudas de Guido… 

La amante enfebrece mientras se prepara la visita de la esposa.

Anselmi, educado en el catolicismo, busca cierto auxilio eclesiástico a la hora de bucear en el conflicto de fe de su protagonista (en el suyo propio). Éso le devuelve otra vez a la niñez. El recuerdo más vívido es el de la oronda prostituta Salagina, quien se contonea en la playa ante el regocijo infantil. La secuencia adquiere aire esperpéntico: los curas lo cogen de la oreja, le hacen arrodillarse, confesar; su madre llora desconsoladamente. Pero Guido regresará a la playa…

Fellini, ocho y medio progresa en idénticos términos, de manera lánguida, con ensimismamiento, sin caer jamás en la banalidad.

En suma: Guido entre baños de vapor como efluvios de fantasía religiosa; el reencuentro tambaleante con el vínculo matrimonial; los decorados de la plataforma espacial, el cohete o la escapatoria del mundo; la penosa negación de la infidelidad; la ensoñación que reune a todas las mujeres de su entorno, bañándolo como cuando era niño; el paseo en coche junto a Claudia, la esperanza perdida de un hombre que «no sabe amar»…
La cinta concluirá, volviendo a la plataforma, tras la rueda de prensa donde ya no puede anunciarse el rodaje del film pero permite a Guido ir aclarando las dudas que lo mortifican.
Conforme cae la tiniebla, se encienden los focos de los andamiajes. Guido acepta el caos que define su existencia como algo natural. Megáfono en ristre, dirige por fin, seguro, con buen pulso. Bajo los acordes de la pieza circense compuesta por Rota, que armoniza el clímax coral, todos los personajes integrantes de Fellini, ocho y medio descienden por las escaleras del decorado, conversando; abajo, rodarán alegres, cojidos de las manos…

A veces pronunciamos con ligereza el término de obra maestra. En muy contadas ocasiones conseguimos estremecernos ante la hondura de un film donde lo sublime acaricia la perfección. Éso sucede con Fellini, ocho y medio.


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Autor Colaborador

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