Josep Ferran Valls

Dentro de lo que se ha convenido en denominar «adaptación como pretexto«, Federico Fellini visita la literatura fantástica de Edgar Allan Poe acercándola a las constantes temáticas que explorase a partir de La dolce vita.

Toby Dammit de Federico Fellini

 

Toby Dammit de Federico Fellini. 1968. Según el relato de Poe «No apuestes tu cabeza con el diablo«. Tercer mediometraje de Historias extraordinarias, filme colectivo que adapta cuentos del escritor. Los otros episodios son Metzengerstein (por Roger Vadim) y William Willson (por Louis Malle).
Tras el fiasco crítico-comercial que supuso Giulietta de los espíritus, durante cuya preparación Fellini manifestó profundas divergencias creativas con su equipo de guionistas habitual, divergencias que desembocaron en una inminente ruptura profesional, el realizador afronta el encargo de Historias extraordinarias por parte de la francesa Marceau Films apoyándose en el escritor de literatura fantástica de terror Bernardino Zapponi, competente co-guionista sometido con facilidad al carácter dominante de Fellini y que le acompañará en el futuro.
Al igual que sucedió con La dolce vita, la figura del intérprete extranjero venido a Roma en la franco-italiana Toby Dammit de Federico Fellini provoca extrañamiento. A diferencia de ésta, el espacio que se abre ante sus ojos no describe lo mítico sino lo pesadillesco.
El astro fílmico shakespeariano Toby Dammit (Terence Stamp maquillado para parecerse a Poe), tal como lo hizo la actriz de La dolce Vita, llega a Roma por vía aérea. Su voz en off lo explica de manera perturbadora: «El avión daba vueltas sobre el aeropuerto sin decidirse a aterrizar. Era la primera vez que venía a Roma y no conocía la lengua del país. Mi trabajo como actor me obligaba a viajar pero esta vez era diferente. Me sentía angustiado. Tanto que por un momento esperaba que el avión cambiase de ruta y me devolviese a casa. Pero ésto ya era imposible, las líneas invisibles del aeropuerto habían capturado al avión y lo arrastraban irremisiblemente hacia tierra.» Aquella telaraña intangible parece atrapar a Dammit como si fuese una mosca indefensa. El cielo plomizo, crepuscular iluminado por Giuseppe Rotunno sigue al intérprete inglés durante el resto de su trayecto diurno.

Toby Dammit de Federico Fellini perfila el retrato del propio Poe a través del personaje principal, un ser alcohólico, atormentado, al que molestan los flashes y focos como el exceso de luz a Roderick Usher.

 

En el laberíntico aeropuerto –donde se dice que se camina kilómetros a pié–  las cámaras de los «paparazzi» producen un efecto devastador sobre Dammit, quien se cubre la vista, cegado por sus bombillas, antes de gesticular frente a una aparición que sólo él presencia. ¿Delirium tremens? Más tarde recordará ese episodio, aludiendo al diablo. Un diablo «simpático, grácil«, en respuesta a la pregunta de la entrevistadora del programa televisivo donde replica con sorna, poniendo en su boca el pensamiento de Fellini: «¿Es ésto serio?», mientras los aplausos enlatados flotan en el ambiente eléctrico, artificioso.

Dammit es «inglés, no católico«, no cree en Dios pero sí en el diablo. Para el actor adquiere la apariencia de una niña perversa de cabellos dorados que le invita a jugar con su pelota. La chiquilla, quien parece extraída de un mal sueño, retrotrae con mucha fuerza a la infante de Operazione Paura (Mario Bava), film estrenado dos años antes. Fellini apreciaba el mejor cine italiano de su época aunque, al igual que Dammit refiriéndose a sí mismo, «fingiese no conocerlo«.
Toby se encuentra en Italia huyendo de la decadencia que destroza su carrera artística, sometida al exceso de alcohol y reminiscencia, a su vez, de una infancia «felíz«, pues «su madre borracha reía mientras le pegaba«. El divo extranjero se muestra incapaz de integrarse en un entorno que no comprende, no sólo idiomática sino culturalmente. Además, su estancia en Roma, entre la puesta de sol oxidada, las brumas artificiales en la sala donde se otorgan los patéticos Oscar italianos o la nocturnidad, igualmente vaporosa, opresiva durante el recorrido automovilístico, adquiere un tono pesadillesco que le acompañará hasta el final. Las tétricas notas al piano de Nino Rota mantienen el ánimo en vilo.

El objetivo del inglés permanentemente embriagado de Toby Dammit de Federico Fellini será conseguir el Ferrari que sus productores italianos le prometen como adelanto previo al rodaje.

A tal efecto, en plena época del spaghetti-western post-Leone, definido por uno de los directores amanerados como «la ópera de nuestro tiempo«, Dammit deberá protagonizar, según el productor de aire eclesiástico «el primer western católico; el retorno de Cristo a una desolada tierra fronteriza; ¿no es acaso el sueño de todos los hombres, que Cristo vuelva a manifestarse en una presencia concreta, tangible, visto en toda su cotidianeidad? (…) Algo así como Dreyer y Pasolini con una pincelada de John Ford«. «Colores chillones y ropa rústica para reconciliar el paisaje evangélico con el de la pradera«.
Durante la espectral ceremonia de entrega de la Loba de Oro, los Oscar autóctonoscon notas sarcásticas a propósito de la industria-, un especialista con apariencia de zombi, sombrero mexicano y piel quemada por el sol se acerca a Dammit para conseguir una foto junto a él. Es su doble y comenta orgulloso que ya lo fue de Tomás Millian.

El desfile con «la gran Premier: la Reina de Saba» supone un breve antecedente de la secuencia dedicada a la moda eclesiástica en Roma (1972).

 

 

Una mujer bellísima de perfil clásico le embelesa con promesas de amor, salvación: «Soy la que esperabas encontrar y estoy aquí, contigo… Siempre…«
Mas Dammit abandona la ensoñación pues debe subir a recibir el premio de la cinematografía italiana. Poco antes, un productor con gesto adusto le había sugerido recitar a Shakespeare, pero brevemente, apostillando que «Shakespeare es bueno si no es demasiado largo».
Fellini
Fellini

Sin duda, a Fellini debió divertirle mucho la idea de que Edgar Allan Poe (o a su sosias) recitase versos de William Shakespeare. Dammit empieza a hacerlo, con gravedad, dramatismo, pero interrumpe su monólogo. No es el gran actor que publicitan; pudo serlo de no mediar «el demonio en la botella», las drogas… Las sombras del público semejan fantasmas inertes. Dammit vocifera contra ellas; el eco de su voz rompe el silencio mortuorio que se ha instalado en la sala. Reniega del amor que le ha profesado la mujer. No necesita a nadie, no desea nada excepto su Ferrari.

Abandona el auditorio sumido entre vapores. Afuera también domina la niebla, es de noche. Toma el volante del Ferrari como los brazos de una amante. Sale disparado antes de que el equipo de producción pueda detenerlo.

Como gesto catártico, como huida hacia ninguna parte, Dammit emprende su cabalgada sin rumbo a lomos del deportivo por las calles del extrarradio romano semidesierto.

 

La carretera seduce a Dammit
La carretera seduce a Dammit

 

Circulando a todo gas -en lo que algunos han querido ver «un descenso al Maelstrom«-, Dammit se sume en la tinieblaManiquíes de cafetería con gesto petrificado, técnicos desprendiendo las luces
Toby se detiene, grita, exteriorizando el malestar, su vacío interior.  Continúa su carrera contra sí mismo… Ovejas en manada circundadas por una cuerda, un extraño paleto. Calles sin posibilidad de huida, caminos de cipreses… Por fin, la autopista en obras. Vuelve a detenerse.
El abismo de oscuridad que separa los dos tramos de carretera seduce a Dammit. Al otro lado, entre neblinas, se nos muestra la niña con su pelota. El eco que provoca el bidón al caer, empujado por el actor y sumido en la negrura infinita, le enfebrece más todavía. Dammit espera salvar el abismo, su atracción mortífera, a bordo del Ferrari.
Quema neumáticos, saliendo despedido. En travelling frontal, el sonido agudo brotando de la niebla nos da a entender que consigue llegar hasta la otra parte. Pero un cable ensangrentado precede al gesto infantil que sustituye la pelota por la cabeza cortada.

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Autor Colaborador

2 pensamientos sobre “Toby Dammit de Federico Fellini

  1. Gracias por su comentario Zul, desde el marco de la literatura fantástica se expuso la reseña, siempre a medio camino entre el ocio y la cultura.

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