Reseña pelicula. La matanza de Texas
Josep Ferran Valls

Pocas películas alcanzan la fuerza subversiva de La matanza de Texas, permaneciendo a través del tiempo en el imaginario colectivo. El film vierte una mirada cruel sobre la, así llamada, América profunda, su piel curtida y sus entrañas.

 

La matanza de Texas (Tobe Hooper, The Texas Chainsaw Massacre). EE UU, 1974. Con Marilyn Burns, Allen Danziger, Paul A. Partain, William Vaill, Teri McMinn, Edwin Neal, Jim Siedow, Gunnar Hansen, John Dugan.

Si la muerte del sueño americano, en los estertores del mandato del presidente Lyndon B. Johnson, con los crímenes auspiciados por Charles Manson o la guerra contra Vietnam como revulsivos facilitaron que eclosionase La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968, George A. Romero), pistoletazo de salida al  American Gothic, la etapa Nixon, con el escándalo Watergate, siguió dando legitimidad al desencanto rastreado en otras producciones independientes como La matanza de Texas.

Tanto el opus de Romero como la película escrita por Kim Henkel y Tobe Hooper, realizada por Hooper, guardan en común su rodaje independiente, estética semidocumental -blanco y negro, la primera, colores quemados, la segunda-, localizaciones rurales tanto en exteriores como interiores y cierto poso amargo en las tramas.

 

Ambos filmes se inician bajo la luz diurna para instalarse entre penumbras, aunque La matanza de Texas  ande fifty fifty, pues su primera mitad se desarrolla a pleno sol.

Hablamos sobre ficciones perturbadoras, descarnadas, donde el mensaje del gore es algo más que la mutilación, o, en todo caso, representaría una mutilación de la cotidianidad, de los valores que hasta hacía bien poco regían los destinos de la sociedad bienpensante, desgarrados a dentelladas o por efecto de una motosierra.

 

 

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The Texas Chainsaw Massacre

 

La profanación del cuerpo humano, siendo reducido a carne sin alma, a la carcasa de un animal (racional) susceptible de ser devorada en vida (La noche...) o cocinada tras someterse al tratamiento de los matarifes (La matanza...), ejemplifica en estas ficciones la ruptura del tabú del canibalismo.
Centrándonos en la obra hooperiana, su naturaleza es fantástica, o sea, terror por encima de lo real (superrealismo=surrealismo) contrastando fuertemente con lo hiperreal de las imágenes. Si, al finalizar la proyección, tenemos la idea equivocada de haber asistido a un espectáculo truculento se debe más al estado de ansiedad en que se sume al espectador que por los efectos sangrientos, en verdad, mínimos.

Como en innumerables piezas fantastique, La matanza de Texas plantea el abandono de lo racional para sumirse en un mundo pesadillesco, espacio sujeto a sus propias reglas donde, en este caso, impera lo macabro.

 

 

 

El prólogo marca el tono del filme, localizado en zona agropecuaria, con los flashes de una cámara fotográfica retratando fragmentos humanos putrefactos y el travelling en retroceso sobre la escultura macabra compuesta por un cadáver en descomposición sobre su lápida monolítica del cementerio local. Al igual que hizo Romero, una voz radiofónica en off nos pone en aviso de las circunstancias que rodean el hecho narrado, aquí, la existencia de profanadores de tumbas.

Después se describe la llegada al campo de dos parejas adolescentes, Kirk (Vaill), Pam (McMinn), Jerry (Danzinger) y Sally Hardesty (Burns), junto con Franklin, hermano minusválido de Sally. Concretamente, buscan la antigua casa familiar de los Hardesty, ahora en ruina.

La furgoneta que transporta a los jóvenes urbanitas, remembranza hippie, llega hasta el pueblo. Un anciano residente, personaje heredado de las ficciones de tradición literaria (luego, cinematográfica), avisa sobre los hechos extraños que se producen allí.

El grupo se detiene en la gasolinera, donde preguntan al redneck propietario (Siedow) por la casa. Como aún no ha llegado la gasolina, siguen su camino.

Más tarde, recogen a un paleto flaco y desaliñado (Neal) que hace autoestop. El sujeto saca una foto con flash a Franklin (es el saqueador de tumbas), pretendiendo cobrarla. El personaje introduce el tema de la fábrica cuando pasan cerca y huele mal: los Sawyer trabajaban como matarifes pero la automatización les dejó sin empleo; él es uno de estos inadaptados. Demuestra cierto masoquismo rajándose la palma con la navaja para, enseguida, emprenderla contra Franklin, hiriendo su el brazo. Entre todos, consiguen expulsarlo.

Ya en la propiedad abandonada, Franklin se frustra por los obstáculos que le impiden circular, mientras descubre adornos de hueso colgando. Kirk y Pam pretenden bañarse en la antigua charca Hardesty pero la hallan seca. Dando un paseo, oyen un generador. Así, descubren la granja de los Sawyer. Con la intención de obtener gasolina, llaman a la puerta. Kirk penetra en el recibidor.

 

A partir de ahí se desencadena la tragedia.

 

 

Caradecuero, un robusto redneck mudo con máscara de piel humana y peluca, surge de la despensa, derribando al chico con su maza. La puerta corrediza de acero que Leatherface cierra tras de sí, cual
arma blanca afilada, es un elemento fantástico, un anacronismo insertado con violencia en ese entorno gótico de madera.
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Pam abandona el columpio acompañada por un travelling frontal contrapicado que, desde su espalda, permite mostrar la casa (monstruo coprotagonista de la cinta) en conjunto. Dicha vivienda es descrita minuciosamente a lo largo de la película, cada habitación tiene su propio aliento (corrompido). Pam descubre el cuarto sembrado con plumas, muebles de huesos humanos y animales. Sufre arcadas e intenta huir, pero Caracuero la atrapa en el pasillo. La lleva a la despensa, clavándola en un gancho. Allí, Pam debe observar como su novio es despedazado con la motosierra; Eros y Thanatos.

Cae la tarde. Jerry busca a la pareja, encuentra la granja. Abre la cámara frigorífica, Pam surge de ella como un autómata o un vampiro. Jerry cae bajo el martillo del matarife, quien cierra la tapa. Caracuero se inquieta, mira por la ventana, no entiende de dónde salen aquellos intrusos que alteran su cotidianidad. Para Leatherface, los visitantes son seres extraños, invasores de su hogar.

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El crimen más cruel se produce por la noche. Bajo los focos de la furgoneta que taladran la tiniebla, Sally se inquieta. Los hermanos gritan, llamando a sus amigos. Franklin, linterna en ristre, obliga a Sally a empujar su silla por el sendero solo para morir destripado bajo la sierra mecánica del asesino; el chico resulta incapaz de levantarse para escapar de la muerte. Inteligentemente, la cámara se sitúa tras la silla, de manera que intuimos lo que ocurre sin presenciar apenas nada, mas, de esa manera, el impacto sobrecoge con mayor fuerza; los gritos de los chicos y el sonido de la motosierra componen un tema sinfónico de viento y metal desarrollado durante la subsiguiente persecución a Sally, corriendo histérica entre arbustos secos. Caracuero semeja un adolescente excitado, con la sierra en alto, persiguiendo al objeto de su deseo, la rubia protagonista. El refugio provisional en la granja permite a la joven descubrir, escaleras arriba, en el ático, al abuelo Sawyer (Dugan) semicatatónico, junto a un perrito y la abuela, disecados. Inciso: no es la única influencia que la película recibe de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), basada en la novela homónima escrita por Robert Bloch, quien, a su vez, -como hace Hooper, por otra parte- se inspira en los crímenes del granjero Ed Gein, traumatizado por una madre castradora de sus instintos, a la cual disecó tras su fallecimiento, saqueando el cementerio y asesinando mujeres para tapizar sus muebles con piel humana, entre otras manualidades.
Sally huye para refugiarse en la gasolinera, pero el dueño, con su barbacoa caníbal, resulta ser el hermano mayor de los Sawyer, quien consigue inmovilizarla. La matanza de Texas: cinta familiar, o un asunto de familia, si se prefiere verlo así.

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El viaje a bordo de la camioneta con Sally metida en el saco que golpea su captor mientras conduce se fragmenta merced a contrapicados e iluminación deformante que transfigura la faz del paleto; hasta aquel momento, creíamos que era un buen tipo.
La cena en la granja reúne a todo el clan. Sally, maniatada, presa del pánico, encabeza la mesa. Sus gritos son el leitmotiv de la película y ayudan a crear un clima de inquietud perpetua. La secuencia se dilata temporalmente con ayuda de detalles macabros e insertos de los ojos femeninos desorbitados.
Hemos visto al hermano mayor riñendo a los otros, como si fuesen chiquillos, niños malos: a Caracuero, el más joven, por destrozar la puerta de entrada con la motosierra durante la cacería a Sally (Tu hermano siempre ha odiado esta casa); al autoestopísta, por llamar la atención de los medios profanando el cementerio. Luego, este echa en cara al mayor que no le guste matar, que solo sea el cocinero, a lo cual, responde: alguien debe hacerlo, hay mucho trabajo.
El desarrollo de la cena permite un nuevo hallazgo en el empeño de Hooper por crear crispación estirando el tempo: los hermanos pretenden que el abuelo sea quien -como en su buena época, batiendo récords al sacrificar ganado- mate a Sally de un solo golpe de maza. La desatan y sujetan, arrodillada sobre un barreño. El viejo -quien ya ha sorbído la sangre de uno de sus dedos como un bebé- trata de golpearla en la cabeza, incapaz de sostener la maceta, que impacta con auxilio de sus nietos pero cae al barreño. La operación se repite, exasperantemente, hasta que Sally consigue liberarse, atravesando los cristales de una ventana.
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El amanecer saluda el clímax de este cuento terrorífico, con la mujer ensangrentada bajo el acoso del autoestopísta que la corta y Caracuero, persigue.
El final liberador de Sally en la carretera, enloquecida, a bordo de una camioneta que se aleja de aquella dimensión horrorosa permite contemplar el baile tribal de Leatherface y su motosierra, su coitus interruptus.

La matanza de Texas termina, así, en un punto álgido. No se necesita más.


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Autor Colaborador

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