Josep Ferran Valls
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Quienes crecimos con el Superman encarnado por Christopher Reeve, forzosamente, sentimos extrañeza respecto a la deriva que, con el trascurso de las décadas, ha experimentado este tipo de cine.

 

«Superman: la película» («Superman: The Movie», Richard Donner, 1978). EE UU. Con Christopher Reeve, Margot Kidder, Gene Hackman, Marlon Brando, Glenn Ford, Philips Thaxter.

 

«Superman II» («Id.», Richard Lester, 1980) fue el primer filme que, siendo niño, acompañado por mis padres, visioné maravillado en cine. Recuerdo la enormidad de la pantalla ancha, gigante cuando observas el mundo desde baja altura y más al tratarse del cine Serrano, poseedor del mejor lienzo en blanco de Valencia. Situado en la calle Russafa, se ocupaba de estrenar los títulos de mayor comercialidad. En aquella época, ello implicaba también calidad. Otros tiempos.

Resulta innegable que el género superheroico cinematográfico adquirió carta de nobleza gracias a la primera entrega de «Superman».

 

 

 

La madurez alcanzada con la génesis del kryptoniano, prolongada en la soberbia continuación donde se pone de relieve la figura del supervillano –filme hecho por Donner y rehecho por Richard Lester-, se echó a perder con el humor grueso de ”Superman III» («Id.», Richard Lester, 1980) -que también visioné de estreno- o los cortes de montaje en la, por lo demás, bien narrada «Superman IV, en busca de la paz» («Superman IV, The Quest for Peace, Sidney J. Furie, 1987). «Superman Returns» (Id., Bryan Singer, 2006), con Brandon Routh, intentaba prolongar la serie sin actualizarla ni dotarla de personalidad propia.

 

 

La bondad, la pureza del personaje chocan frontalmente contra la oscuridad, con el descreimiento de la versión actual, tanto por lo que atañe a la superficial «El hombre de acero» («Man of Steel», Zack Snyder, 2013) como a adaptaciones posteriores, incluida la soporífera «Batman Vs. Superman: El amanecer de la justicia» («Batman vs. Superman: Dawn of Justice», Zack Snyder, 2016).

 

No he visionado aún «Liga de la Justicia de Zack Snyder» («Zack Snyder’s Justice League«, 2021), potenciada por una astuta campaña publicitaria, ni he decidido redactar el presente artículo para ensalzar las múltiples virtudes de «Superman: la película«, tema tratado hasta la extenuación, sin duda interesante pero que no me tienta en absoluto –y más confesándome mejor espectador de «Superman II«-, sino interrogarme sobre su estructura para ofrecer la alternativa que considero razonable desde el punto de vista estrictamente fílmico.

 

 

 

«Superman: la película», descubierta, al contrario de la segunda y tercera entrega, por TVE, se divide en tres segmentos.

 

El primero se localiza en Krypton, moribundo planeta natal del bebé Kal-El –nombre asociado por algunos al término hebreo «Voz de Dios»; los creadores del «comic-book», Jerry Siegel y Joe Shuster eran judíos, de hecho, hijos de inmigrantes; el primer superhéroe también emigra-. Así pues, Kal-El, retoño del científico Jor-El (Brando), es puesto a salvo por sus padres a bordo de la cápsula –nuevo útero– que lo llevará a La Tierra, mundo bañado por nuestro sol, capaz de otorgarle poderes extraordinarios.

 

El segundo acontece en Smallville, localidad rural donde aterriza la navecilla.

 

Durante el trayecto, Kal-El pasa de significar una personalidad latente a transformarse en Clark Kent cuando los Kent (Ford y Thaxter), matrimonio sin vástagos, lo extraen del útero. Estos ocultan la cápsula alienígena bajo la trampilla del granero, decidiendo educar como suyo al bebé asombroso –más bien insufrible, antecedente de los niñatos del realizador Steven Spielberg-. El infante crece pletórico, cual «Superboy» (Jeff East), aunque se cuidará mucho de manifestar abiertamente cualidades especiales.
El tercero lo traslada a Metrópolis, ciudad donde alterna la actividad periodística para el Daily Planet, bajo la máscara –las gafas– del tímido Clark Kent, con las aventuras de su sublimación todopoderosa, Superman, (Reeve en doble papel) buen samaritano con superioridad moral y poderes sobrehumanos enfundado en su traje con capa característicos, similares, estéticamente, a la bandera USA.

¿Supone la instauración de la figura del superhombre, heredera del semidiós grecoromano, en sentido figurado, la realización del sueño americano?

 

Inciso: Nunca loaremos lo suficiente la interpretación de Reeve, quien hace verosímiles los caracteres antagónicos de ambas personalidades. Asimismo, la dicotomía entre el campo Smallvilley la ciudadMetrópolis-, viene servida por Donner de forma rigurosa.

 

El argumento, la división en tres bloques de cronología lineal, parece razonable, incluso inteligente.

 

Pero tal lógica resulta más válida aplicada al «comic-book» USA que al tratamiento fílmico. La renovación del personaje puesta en práctica por el guionista y dibujante John Byrne para la miniserie DC «El hombre de acero» seguía la misma correlación de hechos, resultando ejemplar.

 

El problema con el que choca «Superman: la película» a nivel estructural –pese al innegable interés del relato– reside en que la historia carece de misterio. Cuando el joven Clark descubre el legado kryptoniano en el granero familiar, o sea, la nave y los cristales de Jor-El que revelan a Kal-El su origen, el espectador dista de sorprenderse puesto que conoce todos los antecedentes. Hemos acompañado a los progenitores del no nato, presenciado la destrucción del planeta Krypton e incluso la llegada de «Superbaby» a nuestro mundo.

 

 

La lógica narrativa del filme exigía -siempre desde mi óptica- empezar la película en Smallville, de la siguiente forma: Clark se descubre diferente a los demás chicos, pues desarrolla cualidades increíbles.

 

Sus padres, mediante flashback, se ven forzados a explicarle como vino a bordo de la cápsula. Le enseñan el secreto oculto del granero. Los cristales, así, revelan la verdad al mismo tiempo tanto al joven como al espectador; lo hacen con otro flashback, esta vez localizado en Krypton. Preparado el terreno dramático, consciente Kal-El de la importancia del legado familiar, emprende la nueva doble vida en Metrópolis.

 

 


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Autor Colaborador

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