Rambo 2020
Josep Ferran Valls

Rambo: Last Blood es un tormentoso thriller que va de menos a mas, con unos matices interesantes sobre el personaje y con un Rambo retirado en un rancho de Arizona. Stallone se siente cómodo en este papel más que nunca, y ha sabido adaptarse en cada momento a su época.

 

 

 

 

Rambo: Last Blood
Rambo: Last Blood de Adrian Grunberg. 2019. Con Sylvester Stallone, Paz Vega, Sergio Peris-Mencheta, Adriana Barraza, Yvette Monreal y Óscar Jaenada.

 

Durante mi adolescencia, tanto Stallone como Arnie me parecían demasiado gorilescos y salvajes para sentirme identificado con sus evoluciones en la pantalla de cine y video. Me sentía más cercano a un modelo de héroe «actioner» sensible, tímido, vulnerable y de estilización en el combate -casi a modo de ballet- como el encarnado entonces por Jean-Claude Van Damme.

Pese a ello, y dentro de sus limitaciones dramáticas, supe valorar positivamente algunos títulos con Stallone como First Blood, aquí Acorralado (Ted Kotcheff, 1982), adaptación de la novela de David Morell y filme imperfecto aunque crítico con la intolerancia hacia el diferente -consustancial a la naturaleza humana- y el horror de la guerra.

Allí, Johnny Rambo vagaba a pié a través la Norteamérica profunda tras servir en la guerra de Vietnam, conflicto durante el cual el vietcong le había infligido torturas. Se trataba de un joven con estrés postraumático asediado por el Sheriff intolerante de un pequeño poblado en el que Rambo pretendía pernoctar.

 

Rambo
Fotograma de la película

 

El odio frente a los veteranos de guerra, producto del vergonzoso sentimiento de culpa que anidaba en la sociedad yanky durante los años 70 reactivaba al «dog war» dormido en el interior de un ser tan frágil psicológicamente como violento y peligroso al desatarse su furia homicida como consecuencia de una paranoia belicista.

Entre mediados y finales de los 80, dos secuelas progresivamente «reaganianas» alejaban a Rambo de su marginalidad para convertirlo en un superhéroe culturista y conservador inmerso en aventuras imposibles; la última, de sesgo alarmantemente infantiloide.

La escena de apertura de ‘Rambo: Last Blood’ nos presenta al eterno soldado luchando contra las fuerzas y las leyes de la naturaleza.

Superado un período de decadencia artística y debacle taquillero, marcado por el acercamiento a la comedia (como imitación de su amigo Arnie) tras el cual Sylvester Stallone fue marginado de la industria, la estrella del ya maduro intérprete volvía a brillar con dos puestas al día de sus personajes más icónicos, guionizadas y dirigidas por el propio actor: Rocky Balboa y, por supuesto, John Rambo: Vuelta al infierno película con la que Rambo:Last Blood puede compararse fácilmente por intenciones y resultados. Es más, Last Blood conecta con First Blood a través de la lógica evolución que propuso John Rambo y su maduro, errático y taciturno antihéroe que sólo desata su rabia homicida como reacción al ataque contra sus protegidos, un grupo sanitario de ayuda, y en repulsa a una inhumana limpieza étnica.

El final de Johnn Rambo ya adelantaba la voluntad del personaje por volver al rancho paterno. Allí se desarrolla la parte inicial de Last Blood , película cuya acción oscila entre ese escenario (de ínfulas fordianas; la tumba femenina bajo el frondoso árbol como en La Legión Invencible y el caminar pesado de Stallone a lo John Wayne) y el México fronterizo.

El filme se halla muy bien orquestado por Adrian Grunberg, realizador a quien sin duda se escogió por las concomitancias temáticas entre este Rambo… y Vacaciones en el infierno , con Mel Gibson.
Asimismo, Last Blood, marcado por ajustes y desacuerdos entre Millennium Film y Stallone, ejerce como despedida crepuscular por parte del intérprete en calidad de actor y co-guionista, al personaje de Rambo. Sería difícil continuar la historia a partir de su conclusión, como hacía la espantosa Creed respecto al personaje de Rocky.

El Rambo de Last Blood es un avejentado padre adoptivo de una adolescente de ascendencia mexicana a quien educa en su rancho con la ayuda de una matrona. Esa relación, marcada por las dificultades afectivas del «tío John», por su dificultad a la hora de manifestar sus sentimientos hacia la muchacha, sin embargo, mantiene a raya sus demonios personales y le ofrece la ilusión momentánea de paz y verdadero hogar.

Con ayuda de antisicóticos y el recurso a unas grutas excavadas por el propio ex-combatiente bajo la tierra de su propiedad que hacen las veces de túneles del vietcong, Rambo mantiene presa, calmada a la bestia interior.

Pero ese delicado equilibrio se romperá cuando la chica cruce la frontera mexicana para conocer a su padre biológico. Una amiga la traiciona, cayendo en manos de proxenetas sin escrúpulos. La denuncia del genocidio en John Rambo se sustituye aquí por la de la trata organizada, mafiosa y la explotación sexual de chicas a quienes se esclaviza, droga y usa como objetos.

Cuando el asidero emocional en el que Rambo se apoya, falla, con el destino final de su ahijada, se desencadena una bestial venganza donde la violencia empleada a la manera de catarsis explota de forma incontenible, muy similar a John Rambo; al igual que en ésa, la mostración de las muertes es cruda, su consecución, bestial, física y visualmente.

Así pues, Rambo, quedando despojado de su humanidad, enfrenta su odio visceral, su locura paranoica, su furia vindicadora a la maldad lujuriosa y sádica de los hermanos proxenetas excelentemente encarnados por Jaenada y Mencheta.

Atrae a su terreno al mini-ejército de los «carnales», preparando su rancho para contener el ataque. Los túneles se convierten en trampas mortales donde caen los sicarios uno a uno y de manera sangrienta, suponiendo el escenario de un descenso al infierno.

 

Pero lo más cruel se reserva para el final. Rambo, herido pero fortalecido por el odio, usa su arco para ensartar (crucificar) a Mencheta en el granero. El rostro de Rambo ha perdido por completo la forzada expresión de ternura que trataba de dibujar por amor a su ahijada, mutando al torbo semblante de una abominable máscara que salpica el rostro de Mencheta mientras escupe su frase lapidaria: «Me arrancasteis el corazón, ahora yo arrancare el tuyo…»

El final ambiguo con el balanceo de la mecedora bajo el portal y un travelling aéreo de retroceso nos deja un poso agridulce que ya no obtendrá solución.

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Autor Colaborador

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