Josep Ferran Valls

Con el perturbador cortometraje Behind (2016), el guionista y realizador algecireño Ángel Gómez Hernández daba un paso adelante en su evolución dentro del cine fantástico terrorífico español. Voces supone su primer largometraje en esa corriente.

Voces. Ángel Gómez Hernández, 2020. España. Con Rodolfo Sancho, Ana Fernández, Ramón Barea, Belén Fabra, Lucas Blas, Nerea Barros.

Antes de visionar Voces, el cartel ya había atraído positivamente mi atención pues, de forma voluntaria o involuntaria, las franjas multicolor impresas sobre el pijama infantil expresan bien el pánico auditivo del niño, perfilando ondas concéntricas de sonido.

El tratamiento cromático cumple una función importante en el filme escrito por Santiago Díaz sobre argumento del realizador Gómez Hernández y Víctor Gado.

No resulta fácil enlazar el cine de Gómez -prometedor debutante en el terreno del largo con una nutrida trayectoria cortometrajista a sus espaldas-, sujeto a cierta influencia norteamericano-ochentera, con la tradición sobrenatural española, aunque trama y localizaciones pertenecen a la España rural, hundiendo sus raíces en el medioevo autóctono, con una visión perturbadora de la caza de brujas, visión oportunamente matizada por un comentario crítico referido a las, en su mayoría, mujeres acusadas injustamente.
Paul Naschy, figura fundamental del así llamado «fantaterror«, en su madurez, laboró para Gómez Hernández en dos cortos. En Voces, el retrato adusto de los personajes femeninos me ha recordado a algunos títulos de Naschy como guionista; sobre todo por lo que atañe a la antipática madre, Sara, encarnada por Belén Fabra, siempre agobiada por las circunstancias, es decir, durante la crisis -en apariencia- paranoica del hijo, Eric (De Blas), la absorción del trabajo por parte de su marido, Daniel (Sancho), o con el advenimiento de las apariciones espectrales.

El director omite ponernos en antecedentes sobre el matrimonio protagonista, sabemos que se dedican a comprar y reformar casas antiguas para revenderlas mas, aparte de ello, tanto la pareja como su hijo se definen por su comportamiento.

La primera secuencia prepara al espectador para el visionado de la película, marcando su tono e intenciones.
Una psicóloga de cortas miras (Beatriz Arjona) examina a Eric, concluyendo que las voces que escucha son producto de su imaginación, excitada por la inadaptación al cambio brusco de domicilio. Con el tan cuento como paranormal destino de la chica queda claro que, en Voces, lo psicológico siempre se observará bajo el prisma del horror fantástico. De hecho, el espíritu maligno que pugna por perpetuarse en el caserón encantado («la casa de las voces», según la leyenda local) se vale de los traumas de los personajes para ejercer su influencia sobre ellos: la pérdida del vástago en el caso del matrimonio o de su mujer, Sofía (Barros) -la madre de la joven ayudante, Ruth (Fernández)-, en el del parapsicólogo, Germán (Barea).
Si bien es cierto que la puesta en imágenes se apoya en los golpes de efecto, en el sentido (melo)dramático de la música, no lo es menos que la mostración del impacto siempre se halla sujeta al desarrollo de un núcleo de tensión en linea ascendente. Y al virtuosismo de una cámara que sabe retratar los vacíos en el espacio que ocupa la presencia invisible, un ser cuyo poder le permite -como ya hemos adelantado- jugar con la psique de sus víctimas, a quienes posee con ánimo de aniquilar. Ahí interviene un componente doblemente fantasmagórico: es decir, el espectro malvado adopta la apariencia de varios espíritus benignos -en este caso, familiares de sus presas- para ejercer influencia nociva sobre los actores en juego.

Otro elemento importante, ahora a nivel metafórico, la piscina sucia (amniótica) protegida por una valla metálica, a todas luces, insuficiente, ejerce como portal entre la vida y la muerte.

Se la teme, se la evita, protegiendo a Eric de su peligro a través de la prohibición pero, al fin y al cabo, fascina tanto como repele e intuimos que será usada por las fuerzas negativas para intentar provocar la tragedia.
Ha querido observarse (maliciosamente) en Voces la interferencia de los temas gratos a James Wan, sin tener en cuenta que la obra de este realizador también bebe del horror ochentero. Wan, magnífico autor cinematográfico capaz de provocar verdadera perturbación en el ánimo del espectador, debe mucho a filmes como Al final de la escalera (Peter Medak, 1989) y su espíritu burgués desheredado. 
También Voces efectúa su homenaje a aquel filme con la introducción de la pelota del niño muerto por debajo de la puerta, en el garaje de su padre. Si recordamos bien el opus de Medak, la pelota correspondiente rodaba escaleras abajo. Así pues, la palabra «homenaje» resulta pertinente.

Voces. Ángel Gómez Hernández, 2020. España. Con Rodolfo Sancho, Ana Fernández, Ramón Barea, Belén Fabra, Lucas Blas, Nerea Barros.

Autor Colaborador

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