Un Hombre Tranquilo al que en algunas ocasiones le gusta ir Con Faldas y a lo Loco y buscar Centauros del Desierto. Tiene El Mundo en sus Manos y proclama ¡Que bello es vivir!
Frecuentemente pasea por Montparnasse 19, visita Casablanca y pasa Una Noche en la Ópera. Sueña con tener un Gran Torino y conocer a Laura. Bueno, y a Rebeca.
Ahhhh!!, y se alimenta de Sopa de Ganso.
Pedro Antonio López Bellon
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Un lugar en la cumbre (1959) – Reseña Cine

Un lugar en la cumbre tiene una atmósfera intensamente escenificada, pero deja una impresión desusadamente duradera.

Siempre son de agradecer las recomendaciones ofrecidas por los compañeros con los que se comparte una irremediable pasión por las películas. Un gusto desbordado y, en ocasiones de difícil explicación, por las interpretaciones inolvidables, los contrapicados, los “remakes”, el technicolor o por esas líneas de dialogo que, de repente, empiezan a formar parte de nuestras vidas.

Un amor delicado y sincero por los planos secuencia, el neorrealismo, el “star system” o aquellas entrañables películas animadas que un visionario que tenía por nombre Walt Disney dejo para la posteridad, no ya del séptimo arte, sino de la cultura en general. Estoy hablando de esa ferviente y entusiasta transmisión de opiniones, gustos y, ¿por qué no? emociones que devienen en otra manera más de expresar nuestro amor y debilidad, en este caso por el cine. Si además esa recomendación pongamos que se llama Un lugar en la cumbre (Jack Clayton, 1965) y resulta ser, en mi humilde opinión, una obra maestra de las que deslumbran e impresionan desde la primera vez que uno se enfrenta a ellas, el agradecimiento por la sugerencia recibida es obligatorio.

Una gratitud que renueva esa adicción, esa manía entre colegas de compartir con los demás el asombro producido por la última película vista, el amor profesado a aquella olvidada estrella del cine mudo o la emoción producida al volver a ver esa película de nuestra niñez que nos sabemos de memoria pero nos sigue gustando tanto como el primer día. Ejercicios de cinefilia, podríamos llamarlos.

Pero hablemos de lo importante. Un lugar en la cumbre está rodada con una frescura encomiable, lo que no impide una planificación estudiada, precisa, milimétrica me atrevería a decir. Jack Clayton ofrece al espectador toda una lección de dominio del medio cinematográfico, colocando y moviendo el objetivo de una manera brillantísima y muy eficaz, consiguiendo transmitir la mayor cantidad de información posible en cada momento. Los personajes bailan con la cámara, coquetean con ella. Flirtean. Y ello a través de una destreza y habilidad narrativa ciertamente digna de mención.

Me parece tan inspirado y profesional el trabajo realizado por el director en esta adaptación de la novela del mismo nombre de John Braine, que no dudo en calificar Un lugar en la cumbre como su obra maestra y, de paso, una de las mejores producciones británicas jamás realizadas.

Protagonizada por Simone Signoret, Laurence Harvey y Heather Sears en sus roles principales cuenta con un guion de Neil Paterson que se convierte en un pilar para el lucimiento de todos cuantos componen el reparto. Heather Sears, en su papel de Susan, la hija del millonario empresario me parece la interpretación más floja de todas. El resto de intérpretes están sencillamente soberbios. No sé si les ocurrirá a todos los apasionados que hacen de las películas una cierta forma de conducir nuestra existencia de una manera más llevadera, pero en mi cinefilia, y desde que yo recuerde, he manejado varios axiomas.

Diversas máximas que me situaban por unos derroteros que solían tener un final feliz: “William Wyler no tiene ninguna mala película”, “Edward Everett Horton llena de encanto cada escena en la que aparece”, “Hedy Lamar revienta de sensualidad la pantalla con su sola presencia”, “Steven Spielberg hace magia con el entretenimiento en sus películas”…

Pero la afirmación que hoy viene al caso podría resumirse en “Una película en la que aparece Simone Signoret siempre es, como mínimo, interesante” Y, en Un lugar en la cumbre, tal cuestión se cumple sobradamente. A Simone Signoret la descubrí yo en ese templo del cine titulado Las diabólicas (H.G. Clouzot, 1955), y ya entonces pasé a considerarla una de las mejores actrices del cine europeo. Simone Signoret, desde sus inicios, trabajo sencillamente con los mejores: Max Ophuls, Jacques Becquer, Marcel Carné, Luis Buñuel… En un lugar en la cumbre nos brinda una de las mejores interpretaciones de su carrera.

Un trabajo minucioso, pleno de sensibilidad, de matices, de pasión… Lo que me lleva a considerarla, a partir de ahora, una de las mejores actrices del cine. Así, a secas.

Laurence Harvey da vida a Joe Lampton, un joven contable que llega a trabajar en un ayuntamiento del Norte de Inglaterra y que, desde el primer momento, se fijará como objetivo casarse con la joven hija (Heather Sears) del hombre más influyente y rico del pueblo. Pero Joe, pronto se enamorará perdidamente de Alice Aisgill (Simone Signoret), una mujer madura y casada, que lleva una existencia hueca y vacía. Nos encontramos ante un drama romántico.

Un torrente de pasión desbordada, de sentimientos enfrentados y de ambiciones desmedidas. El protagonista masculino mantiene una dura batalla entre su ego y sus sentimientos. Un enfrentamiento entre su cabeza y su corazón. Y, en medio de estos delirios románticos y sentimentales, aparece otro de los grandes protagonistas de esta historia: la juventud. O, para ser más precisos, el paso del tiempo. Un paso del tiempo que nos hace dejar atrás la inmadurez. Aunque, en el mayor de los casos, será demasiado tarde. Joe Lampton y Alice, atrapados en una telaraña de amor irrefutable, son, en definitiva, personajes trasuntos situados en distinto plano temporal.

La película fue calificada como X en Inglaterra en 1959, debido a su caracter sexual explícito.

Alice está de vuelta de todo. Ya ha cometido sus propias equivocaciones. Joe, aún tiene que sufrir las consecuencias de los errores de juventud. Pero Joe, desgraciadamente, cometerá el peor de todos: traicionarse a sí mismo. Y son errores que se pagan demasiado caros…

He comentado en alguna que otra ocasión, que hay películas donde las miradas dicen tanto, que forman un género en sí mismas. Y esta es una de ellas. Una película del género “miradas”. Hay tantas miradas y tan buenas en Un lugar en la cumbre que sería imposible resumirlas.

Además, las miradas son para verlas, ¿no creen? Aunque ya les anticipo que las de Simone Signoret son sencillamente insuperables. Miradas que lo dicen todo…inquisitivas, piadosas, enardecidas, suplicantes, patéticas, esperanzadas, odiosas… cargadas de amor. Amor irracional y descontrolado. Miradas perdidas. Sin rumbo. Miradas, al fin y al cabo, que hacen avanzar la historia tanto como una secuencia entera o la mejor línea de diálogo. No se las pierdan, por favor.

Y por completar estas breves reflexiones nacidas al calor de la pantalla, pongo en valor también las muy sutiles, pero enormemente efectivas y contundentes elipsis temporales que en cuestión de segundos nos muestran lo que otros directores utilizarían películas enteras para contarnos. Quizás piensen que me estoy dejando llevar por el apasionamiento a la hora de hablarles de Un lugar en la cumbre, pero les remito a ver la película y después opinen.

El guión esta basado en una obra del mismo título de John Braine, se publicó sólo dos años antes. La trama se remonta al año 1947.

 

Esta historia de una sociedad clasista, de unos seres dominados por la hipocresía, la ambición y las pasiones más profundas, consiguió seis nominaciones a los Oscars, obteniendo el galardón a la mejor actriz para Simone Signoret (la Academia de Hollywood, en ocasiones también acierta) y la estatuilla al mejor guion adaptado para Neil Paterson. Mario Nascimbene, un modesto compositor al que recuerdo con cariño por ser el autor de esa partitura inolvidable creada para la fantástica “Los Vikingos” (Richard Fleischer, 1958), compone en esta ocasión un par de melodías que acentúan los momentos más febriles y atormentados de esta gran historia.

No hace falta contar mucho más para recomendarles con todo mi corazón, y si no lo han hecho aún, que vean esta película. Si les gusta el cine no dudo de que les gustará. Y si no les gusta, probablemente también.

Y que estas cuantas palabras que les escribo, aún con el corazón encogido y abrumado por esa sobresaliente, turbadora, hermosa, triste y definitiva escena final, sirvan como gratitud a la persona que me dio ese empujón que me hizo entregarme al visionado de esta joya que ya situó entre mis películas de corte romántico preferidas.

A veces es difícil escoger una lectura, una música, una película, toda vez que, afortunadamente, tenemos fácil acceso a una ingente cantidad de arte y ocio, pero al mismo tiempo, estamos enormemente limitados por esa falta de tiempo que caracteriza nuestras vidas. Y ello provoca que, en ocasiones, se vayan quedando por el camino obras que son imprescindibles. Gracias a una amable sugerencia y a una opinión inefable, Un lugar en la cumbre ocupa ya el lugar que merece dentro de mi galería de recuerdos cinematográfica.


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