Un Hombre Tranquilo al que en algunas ocasiones le gusta ir Con Faldas y a lo Loco y buscar Centauros del Desierto. Tiene El Mundo en sus Manos y proclama ¡Que bello es vivir!
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Pedro Antonio López Bellon
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El ojo de la aguja (1981) – Reseña Cine

El ojo de la aguja (1981) es un adaptación cinematográfica de la novela más vendida de Ken Follett. Despliega un efectista desarrollo de acontecimientos, y sobretodo de los personajes.

 

Recuerdo haber visto, muchas, muchas películas atrás, El ojo de la aguja (Eye of the needle, 1981) de Richard Marquand. Y la impresión que guardaba en mi memoria de cinéfilo era de una obra impactante, seductora y, sobre todo, muy entretenida.

Las escenas de la isla Tormenta fueron filmadas durante ocho semanas en la isla de Mull, en las islas Hébridas Interiores.​ Algunos lugares fueron filmados en el Aeropuerto Blackbushe, en una localidad situada en Inglaterra.

Como muchas de las películas que se ven siendo niño, cuando aún no se tiene verdadera dimensión de las capacidades expresivas y artísticas del séptimo arte, El ojo de la aguja quedó en mi recuerdo como una película mitificada, llena de bondades y, sin causas razonables, como un título más de los responsables directos de ese amor incondicional e inagotable por las benditas películas. A veces da un poco de tristeza volver a estos títulos que forjaron nuestra cinefilia. Tristeza por miedo a romper ese encanto que con tanta ilusión nos acompaña.

 

 

Esos recuerdos maravillosos de nuestra niñez que, en muchas ocasiones, saltan por los aires como las astillas de El puente sobre el rio Kwai, cuando en la plenitud de nuestra madurez como espectadores ávidos de películas, acudimos a revisitar estos títulos que nos alegraron nuestra infancia y, como digo, andan cargados de un aura formada por una mezcla de admiración, cariño y respeto.

 

La banda sonora recoge la penúltima partitura de Miklos Rozsa, su buen pulso nos recuerda a uno de sus más celebrados trabajos «Recuerda»… de Hichtcock

 

Pues con estas premisas he vuelto a ver esta adaptación de la obra “La isla de las tormentas” de Ken Follet. Y el encanto se ha mantenido, más o menos, intacto. Y ello a pesar de enfrentarme a esta nueva visión con un nivel de exigencia tal vez superior a otras películas, por las razones expuestas al principio.

Incluso en algunos aspectos ha superado mis expectativas, debido principalmente a una mayor comprensión de ciertos aspectos argumentales que, vuelvo a repetir, siendo niños o no se comprenden o sencillamente se idealizan. De igual modo hay un algún que otro detalle que me ha decepcionado y que, paradójicamente, también tiene que ver con el desarrollo argumental y la manera de resolverlo cinematográficamente.

Un relato de espionaje en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, adaptada de una novela homónima de Ken Folett.

 

Vaya por delante que no conozco la novela de Ken Follet sobre la que se sostiene El ojo de la aguja, así que no puedo establecer comparativa alguna entre ambas. Pero, y por seguir avanzando, en líneas generales me parece una estupenda película. Trataré de explicar por qué.

 

Donald Sutherland da vida a un espía alemán que vive en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, tratando de obtener información privilegiada para los nazis sobre los planes militares de los aliados. Su encuentro con Lucy (Kate Nelligan) en la Isla de las tormentas cuando trata de huir hacia Alemania, desencadenará una serie de acontecimientos apasionantes y apasionados.

 

La acción desgrana una larga sucesión de detalles elevando el suspense a cotas imprevisibles.

 

Richard Marquand utiliza una narrativa directa y concisa para introducirnos en esta historia de suspense que, por momentos, me recuerda al Alfred Hitchcock de sus mejores etapas. Con una cámara prácticamente en continuo movimiento, se nos introduce a través de un eficaz prólogo en el desarrollo central de la historia para, finalmente, situarnos en esa inquietante y espectacular Isla de las tormentas de la novela original donde tiene lugar el soberbio clímax de El ojo de la aguja.

 

El ojo de la aguja (1981)

 

Marquand se sirve de primeros y primerísimos planos para lograr un clima opresivo y asfixiante que la magnífica partitura del compositor húngaro Miklós Rózsa se encarga de acentuar adecuadamente. El autor de la música para películas como Recuerda (Alfred Hitchcock, 1945), El Cid (Anthony Mann, 1961), Ben-Hur (William Wyler, 1959) o Días sin Huella (Billy Wilder, 1945) entre muchísimas otras y que logro obtener 16 nominaciones y tres estatuillas de la Academia de Hollywood, compuso aquí una de sus últimas partituras como colofón de una larga y exitosa carrera.

 

 

 

Es cierto que, a lo largo de la película, y si uno adopta una postura particularmente puntillosa, se pueden encontrar varios anacronismos y algún que otro momento de, cuando menos, dudosa credibilidad en pantalla. Pero también es verdad que el magnífico pulso narrativo y las extraordinarias interpretaciones de, sobre todo Donald Sutherland (soberbio, impagable en el tercio final) y la lograda réplica de Kate Nelligan (que aguanta muy bien el tipo) compensan estos pequeños, llamémosles, defectos.

Pero la fascinación y el magnetismo que encuentro en esta película se debe sobre todo a su inaudita e increíble amalgama de géneros.

 

 El ojo de la aguja (1981) es por momentos cine bélico, suspense, terror, melodrama, romántica, intriga, espías o una indisimulada introspección psicológica.

 

Todo ello bordea El ojo de la aguja, sin centrarse particularmente en ningún género y logrando un exquisito y espontaneo equilibrio entre todos ellos. Y esa me parece la mayor virtud de esta película. Que todo ello tenga como resultado en pantalla una unión perfectamente homogénea en forma de cine altamente entretenido. Finalizó su visión con la sensación de que El ojo de la aguja sigue afianzado en mi memoria cinematográfica como un título paradigmático, que no se parece a casi ningún otro, y que aguantaría perfectamente otro par de visionados o tres.

Richard Marquand inventa un clásico thriller de espías con dos grandes actuaciones centrales

Yo, dejándome llevar por mi lado romántico, que suele aparecer con frecuencia a la hora de contemplar películas, concluyo que el eje principal de El ojo de la aguja es la historia de Lucy. Una mujer que por amor vive encerrada en un universo de infelicidad y frustración y que, a través de una catarsis extraordinariamente bien mostrada en la pantalla, logra alcanzar la liberación.

 

 

No recuerdo con exactitud quien pronunció la siguiente cita: “En el fondo, todas las películas son una historia de amor”. Creo que fue François Truffaut. La cuestión es que no puedo estar más de acuerdo con este pronunciamiento. El maquinista de la general (Buster Keaton, 1926), Dersu Uzala (Akira Kurosawa, 1975) o Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962) no son, en principio, películas que puedan considerarse una historia de amor.

 El ojo de la aguja (1981), se le conoce como la Aguja debido a su forma de marca registrada de matar personas clavando un estilete en sus costillas.

 

Pero una es el ejemplo de la resiliencia que un hombre es capaz de desarrollar por amor a su locomotora, la otra es el amor puro y sincero de un anciano por la tierra y la naturaleza y la tercera una muestra de cómo amar sin reservas la justicia, la dignidad y el respeto. Podría citar un sinfín de ejemplos en este sentido, aunque no es el momento ni el lugar adecuado para ello.

 

Pero por favor, apreciado lector, y permíteme que te tutee, quédate con esta idea: cuando veas una película, cualquiera, trata de hacerlo con la mirada del romanticismo y del amor. Tal vez te sorprendes de las interpretaciones tan dispares, inesperadas y afortunadas que podemos extraer de esa suerte de festín de sensaciones para el alma y el corazón que venimos en llamar películas.

 


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