Un Hombre Tranquilo al que en algunas ocasiones le gusta ir Con Faldas y a lo Loco y buscar Centauros del Desierto. Tiene El Mundo en sus Manos y proclama ¡Que bello es vivir!
Frecuentemente pasea por Montparnasse 19, visita Casablanca y pasa Una Noche en la Ópera. Sueña con tener un Gran Torino y conocer a Laura. Bueno, y a Rebeca.
Ahhhh!!, y se alimenta de Sopa de Ganso.
Pedro Antonio López Bellon
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El mundo en sus manos – 1952 Reseña

El mundo en sus manos (The world in his arms, 1952) de Raoul Walsh, se encuadra dentro del género del cine de aventuras. Y, para el que esto escribe, nos encontramos ante una de las más bonitas e inspiradas películas de aventuras que el cine nos ha brindado a lo largo de su historia. Pero es mucho más que eso.

El mundo es sus manos

Jonathan Clark (Gregory Peck), más conocido como El hombre de Boston, es un marinero dedicado principalmente al comercio de pieles de focas. Con la ayuda de un financiero californiano tiene en mente la compra de Alaska a Rusia, propietaria de estas tierras en el año en el que se desarrolla el relato, 1850. El hombre de Boston conocerá en San Francisco a la condesa rusa Marina Selanova (Ann Blyth), que huye de una boda forzada con el príncipe Semyon (Carl Esmond).

 

El humor se hace presente a través de dos personajes muy diferentes: el fiel esquimal y el pícaro y bribón portugués.

 

El mundo en sus manos, con este argumento, el director construye un relato modélico, vibrante, elegante y entretenido que nos ofrece bastante más que los tradicionales arquetipos del cine de aventuras. Raoul Walsh era considerado por los estudios como un eficaz artesano capaz de sacar adelante con garantía cualquier película, daba igual el género, que le fuera encomendada. Pero lo cierto es que con su talento y su extraordinario sentido del ritmo narrativo, Walsh filmaba y firmaba una joya tras otra.

Obras míticas que se asentaban en el imaginario colectivo. Títulos gloriosos con esa gran cualidad de convertirse en clásicos desde el momento mismo de su concepción. Hay muchas acepciones del término clásico. A mi me gusta la más sencilla y, creo, que verdadera: lo que permanece con el transcurso del tiempo. Es lo que sucede con títulos como El ladrón de Bagdad (1924), Los violentos años veinte (1939), Murieron con las botas puestas (1941) o Al rojo vivo (1949) Y esto por citar solo algunos de los casi cien títulos que jalonan la carrera de este grandísimo creador. Sí, me parece que creador es una buena definición.

Lógicamente, El mundo en sus manos, queda circunscrita a esta categoría de títulos gloriosos e inolvidables. Tiene una narrativa tan potente y perfecta, un sentido del ritmo tan arrollador y una síntesis tan abrumadora de lo que nos está transmitiendo, que logra, no solo ubicarnos perfectamente y en todo momento en la historia, sino hacernos partícipe de ella, a través de la sucesión de emociones y complicidad con los personajes que logra despertarnos.

No quiero perderme en demasiadas consideraciones que aburran al posible lector, pero decía antes que, El mundo en sus manos, es mucho mas que una tradicional película de aventuras. En mi opinión es también, una grandísima historia de amor. Una obra de un romanticismo pleno y sincero que nos emociona, conmueve y nos toca el corazón.

La química entre Gregory Peck y Ann Blyth, que jamás estuvo tan bella como en esta película, funciona a la perfección en la pantalla. ¡Que bellas las miradas que ambos se intercambian y de paso nos regalan a los entregados espectadores ¡ ¡Cuánto se nos dice con las miradas y los silencios en la que considero una de las películas más bonitas de la historia del cine, con todo lo cursi que pueda sonar ese adjetivo¡ Muchas son las escenas que dan muestra de lo que estoy diciendo. Invito a los lectores a que lo comprueben por si mismos.

 

El viento es nuestra fuerza y el timón representa el dominio que todos deseamos tener de nuestras vidas para que nadie nos desvíe del camino.

Imposible no referirse a otro de los personajes que queda anclado a nuestra memoria (un trato es un trato…) Me refiero a El Portugues (Anthony Quinn). Y aquí encontramos otra vertiente más de esta película: la amistad. El Portugues y el Hombre de Boston son dos personajes antagónicos. Dos competidores que luchan, a puñetazo limpio si es necesario, por tener las mejores chicas, las mejores pieles de focas para comerciar, el mejor barco o la mejor tripulación. Cada uno a su modo. El Portugues, a través del engaño la picaresca y una cierta desvergüenza. El Hombre de Boston haciendo uso de sus principios, su honor y su palabra. En

realidad estamos asistiendo a una amistad incondicional y sostenida en el tiempo que se nos presenta como un continuo enfrentamiento de caracteres pero que, en los momentos vitales, cada uno entrega lo mejor que tiene al otro.

Y no me gustaría finalizar sin mencionar que, a pesar de tratarse de una película que cuenta con prácticamente setenta años, ya incluía, de un modo primigenio, un mensaje ecológico y de defensa y equilibrio de la naturaleza.

Peleas con ecos fordianos, duelos a espada, bailes, espectaculares carreras de goletas en alta mar. Complicidad, amistad y camaradería. Romance, aventura y acción. Todo ello nos es ofrecido en un brillante Technicolor y con las dosis justas de humor para ayudar a redondear esta película que me gustaría aquí reivindicar como una de las dos o tres mejores de cuantas Raoul Walsh nos dejó como valioso legado.

Una película que, desde sus títulos de crédito con la estupenda música de Frank Skinner hasta su escena final donde, por fin, y de manera genuina, El Hombre de Boston tiene el mundo en sus manos, nos evade de la realidad durante todo su metraje y logra hacer presente la magia y la fantasía del séptimo arte a través de la diversión y el entretenimiento. Pero sobre todo, consigue hacernos soñar: ¡Quien fuera El Hombre de Boston para estrechar en sus brazos a Ann Blyth…!


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